Irremediablemente Siempre

jueves, 24 de noviembre de 2005

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Súbito.

Ya no quiero un lecho de nubes. Ni caras pintadas, ni días azules. Prefiero, aún más, tu rostro, ajetreado, roto, tu boca que no pronuncia palabra. Prefiero un tiempo de cenizas, un nido de espanto, gargantas sin flores, la luz que enceguece, el muerto que llora. Prefiero la vida, sin vida, el espacio vacío, las reglas anormales, la música sin canto. No quiero tintes, ni matices, ni cuadernos, no quiero paraísos ni terrenales ni desnudos, prefiero el blanco, la mortaja e irme.
 

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Tales o cuales cosas en una caminata nocturna.

Esas imágenes están en tu cabeza.
Estas otras, en la mía.
La reminiscencia de un bote, de ambos remos en ambas manos, de ropa despedazada al viento, de vientos y soles, y chispas de agua y rumores de felicidad y cansancio.
Tu venida, el palier, el ascensor, mi casa, y otra vez lo mismo pero como diciendo viceversa. Caminar, extensamente por muchas calles que habrían de sucederse una a una. Ladrillo picado, rojo anaranjado, hamacas pequeñas no diseñadas para niñas de dieciocho que a veces parecen de doce, ni para pequeños gorditos. Yo montada en tu espalda.
Más calles. La que fue tu escuela y un marfil recauchutado. Más baldosas, otra historia, sobre vidrios rotos, sobre borradores que volaban.
Más calles y doblar en una esquina como se suele hacer, luces sensoriales, sensoriales como yo, y quizás como vos, fotos de novios, de esponsales. Una puerta donde intenté vanamente desaparecer, y una confesión a mi desnudez.
Más territorios, más hamacas, empujones, y arenas, y árboles lapidados, y sepultados, y también historias de galletitas, y bares, y plazas con jugadores nocturnos, alegóricos a los que festejaron alguna vez en ese bar, y el camino hacia el bosque al que nunca llegamos, o más cierto si y no nos dimos cuenta. Yo en tu pecho, adosada como un caracol, o una garrapata más bien babosa. Un banco mal elegido, y cosquillas, y policías, y también historias sobre trabajos y taxis, y seguir caminando.
Un río atrozmente calmo, un gato claro en la oscuridad, una mano en el sexo, otra mano en el otro y un pantalón ajustado a una cintura, a un lugar a donde no se podía llegar sin pellizcar las carnes. Yo en ningún lado. Una molestia, y otra, y otra, y jazmines de lluvia, y una nariz congelada, y vos advirtiendo tus temores, y yo oyéndote, como siempre, oyendo tu voz, tú calma, tu serenidad no tan pacífica. Unas cuadras largas, y otras, y otras, sin más.
Historias y un abrazo de tu espalda que confesé: me gustaba.
Yo bailando al ritmo de unos tacos que según vos no podían ser más estruendorosos.
Y una parada de colectivo con su caño, que oficiaba de compañero de baile por tu reacia aversión al hecho de mover el cuerpo al compás de un ritmo, aunque con cadencia solías moverte, siempre, al son del tiempo.
Y un colectivo que no visitaba a quien lo esperaba, y un beso que nunca llegó a mi boca, y una escalera a la movilidad, y unas monedas que nunca paraban de supurar de un bolsillo, y árboles, y ventanas afiladas, y dragones volando por esa ventana, y tu voz preguntado por mis ojos, y mis ojos respondiendo. Yo en movimiento.
Una llegada a la despedida eterna y colosal del que se va sin despedirse, una soledad irreprochable que anunciaba tu partida. Y yo subiendo nuevamente hacia mi cama, donde me atajaría de mis sueños y secretos.
Que enferma y fantástica está la vida. Y yo sin saberme viva hasta repetirme sempiterna en una caminata hacia los bosques de mis sueños.